En 1684, se publicó en Londres el primer manual práctico de sexo: “Aristotle’s Masterpiece, or the Secrets of Generation Displayed in all Parts Therof” (“La obra maestra de Aristóteles, o los secretos de la generación diseminados por doquier”). No se trataba ni de una obra maestra ni estaba escrita por Aristóteles (un seudónimo frecuente en esa época), pero se convirtió en el libro más vendido del siglo, popular tanto en Estados Unidos como en Inglaterra. El texto, de autor anónimo, es una mezcla peculiar de obras médicas de principios del siglo XVII y cuentos populares sobre el sexo y la reproducción transmitidos de generación en generación.
La información contenida en el libro sobre la concepción, el embarazo y el parto no era particularmente innovadora: muchos descubrimientos de aquellos tiempos en ginecología están ausentes y “son reemplazados por patología hipocrática o por superstición”. Sin embargo, algunos académicos han señalado que la masterpiece -unos 30 ejemplares en diferentes versiones conserva el Museo Británico- fue más progresista que publicaciones estadounidenses posteriores.
Ofrecía consejos sobre todo. Era un libro escrito para la gente común que había sido impreso a bajo costo, “vendido debajo de la mesa y escondido debajo del colchón”.
Recomendaba con firmeza los juegos previos y la estimulación del clítoris por parte del varón (“avivar el carbón de esa fogata satisface a la mujer”). Afirmaba, por ejemplo, que una pareja infértil podía determinarse analizando la apariencia de la orina de ambos en una hoja de lechuga y que los signos astrológicos eran responsables de determinar el sexo de un bebé. Además, “los niños yacen siempre del lado derecho del útero y las niñas del lado izquierdo”. Y si aún quedaran dudas, “basta con echar una gota de leche en una palangana con agua”: si la gota se hunde intacta hasta el fondo, es una mujer. Si se esparce y se dispersa en la superficie del agua, es un varón. ¿Cómo no iba a agotarse un libro así?
¿Y cómo se enteraba una mujer de que estaba embarazada? Por supuesto, gracias a ciertas señales: “dolores de cabeza, vértigo y oscurecimiento de los ojos... los ojos mismos se hinchan y se vuelven de un color opaco u oscuro”. Por otra parte, los “nacimientos monstruosos” se atribuían de diversas maneras a “la imaginación materna, la brujería, la cópula humano-animal o un trastorno del útero”.
Las ilustraciones, fundamentales para el atractivo del manual, muestran, por ejemplo, a un niño con los ojos en donde debe ir la boca, una mujer desnuda cubierta de cabello y gemelos unidos, entre otros.
También se incluyen instrucciones muy sensatas para las parteras, descripciones anatómicas básicas y un gran diagrama desplegable de la posición de un bebé en el útero. Todo muy adecuado, salvo porque también figuran recetas de remedios caseros que contienen grasa de perro y hasta sangre de dragón. O el consejo de sangrar a una mujer si tiene dificultades durante el parto y que, durante el embarazo, el hogar no esté “infectado con ranas”.